El 11 de septiembre de 1983. Raúl Alfonsín cerró su campaña en Mar del Plata y reunió a una multitud. Un militante radical que entonces tenía 26 años recuerda aquella jornada.
Por Luis Rech
En un año tan particular como el que corre, en el que se cumplen 40 años del retorno a la democracia, me vienen a la memoria fechas emblemáticas como el 30 de octubre de 1983, día del histórico triunfo de Raúl Alfonsín, que fue quien mejor interpretó en aquella elección la voluntad de todo un pueblo de dejar atrás la noche más negra, la del terrorismo de Estado, para abrazarse a la vigencia de la Constitución, a la libertad, al Estado de derecho, al respeto por el que piensa distinto, en definitiva, al pluralismo de una patria que nos es común.
Otra fecha bisagra fue la del 10 de diciembre en la que asumía el gobierno elegido por la voluntad popular, coincidente con el día que vio la luz la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948.
Las sensaciones de aquel tiempo -y que conservo no solo en mi memoria, sino fundamentalmente en mi corazón, en mi condición de militante de la Unión Cívica Radical- me transportan a momentos únicos e irrepetibles, que posiblemente en el 83 no dimensionábamos en su justa medida, pero que hoy a la distancia vemos como un hito extraordinario en la historia del país.
Todo en aquel tiempo aparecía como algo aluvional. En Mar del Plata, como en el resto del país, organizábamos actividades, charlas, actos, reuniones, afiliaciones partidarias, en los que los cálculos iniciales aparecían ampliamente sobrepasados a partir del imán de la figura de Alfonsín.
En aquel tiempo en que las candidaturas se resolvían hacia el interior de los partidos políticos, miles de personas se afiliaban a la UCR atraídas por el mensaje de la restauración democrática que simbolizaba el líder oriundo de Chascomús.
El 11 de setiembre de 1983 se llevó a cabo el acto de cierre de campaña en Mar del Plata. En horas de la mañana ya lo presagiábamos multitudinario al ver la cantidad de gente que se dio cita en el aeropuerto para recibir a Alfonsín y que lo acompañó durante su recorrido hasta el centro de la ciudad.
La confirmación de que sería el acto político más concurrido hasta ese momento en la ciudad la tuvimos en horas de la tarde, cuando alrededor de 25.000 personas se concentraron en la intersección de San Luis y San Martín, calle que fue ocupada de vereda a vereda y por varias cuadras. La concurrencia era más del doble de la que se había reunido un año atrás en el mismo lugar.
En aquel acto hicieron uso de la palabra, además de Alfonsín, Don Ángel Roig, primer intendente de la democracia recuperada, y Alejandro Armendariz, posteriormente elegido gobernador de la provincia.
Ese día nos confundíamos en el lugar común los militantes de la UCR con miles de personas, en muchos casos, familias enteras con sus hijos, que no pertenecían a partido político alguno, pero que se sentían testigos a la vez que protagonistas de una democracia que estaba renaciendo, esta vez para siempre y querían escuchar al líder que conjugaba, como nadie en ese momento, las ideas de justicia social y libertad.
La concurrencia estallaba en el atronador “Alfonsín” repetido varias veces cuando Raúl nos enseñaba que había adversarios, no enemigos, que no había que seguir a personas, sino a ideas, que cerraba sus discursos con lo que él llamaba un verdadero rezo laico, que no era ni más ni menos que el preámbulo de la Constitución, y que en mi caso repetía, a veces en silencio, cada vez que lo escuchaba.
Concurrí también al acto de cierre nacional, como uno más del millón de personas que se dio cita en el obelisco de la ciudad de Buenos Aires. En 1983 tenía 26 años. Si bien antes y después, incluso hasta el presente -continúo siendo un militante de la Unión Cívica Radical-, cualquier compromiso, en este caso el político, lo he vivido con intensidad, nunca lo percibí de una manera tan fuerte, tan potente, como en aquel tiempo.
Obviamente que eran sensaciones compartidas por la enorme mayoría del pueblo argentino, independientemente de la pertenencia partidaria o de a quién haya votado cada argentino y cada argentina, porque se trataba de pasar de la muerte a la vida. Dicho sea de paso, desde la juventud radical coreábamos en aquel acto de cierre aquello de que “somos la vida, somos la paz”. Otra de las consignas que repetíamos en esos días fundacionales era que “más que una salida electoral, es una entrada a la vida”.
Cuarenta años de democracia: es un tiempo que invita a la reflexión, a fijar la mirada en aquel tiempo histórico y ver cómo estamos hoy, si aquellos sueños de justicia, en su sentido más amplio, y libertad se cumplieron o no.
A nadie escapa y nos duele a todos la pobreza en que se encuentran sumidos millones de compatriotas, situación que la democracia recuperada todavía no ha podido resolver. Pero si queremos encontrar un legado que nació en 1983 y que no tengo duda de que se quedará para siempre, es que en la Argentina la voluntad popular no va a ser reemplazada por ningún acto de fuerza. Los golpes de Estado quedaron en la historia triste de nuestro país, dejando para siempre atrás la noche negra del terrorismo de Estado, al que le dijimos nunca más.
Raúl Alfonsín hablaba de los comunes denominadores, que no son ni más ni menos que los grandes acuerdos, que sin resignar las identidades partidarias, debemos elaborar para alcanzar el ideal de democracia para siempre, con libertad y justicia social, que como mensaje salió con tanta fuerza de las urnas, hace cuarenta años.